La industrialización obligaron a los trabajadores a concentrarse en torno a la fábrica y a trasladarse a las ciudades. El rápido crecimiento de las ciudades originó una fuerte segregación social por barrios. La burguesía edificó nuevos y confortables barrios residenciales, donde la contaminación industrial era menor.
Londres en 1865 |
Los barrios obreros crecieron rápidamente y a menudo sin ninguna planificación. En medio de la élite y los trabajadores fabriles surgió la clase media, formada por profesionales liberales (abogados, médicos, profesores…).
Londres fue la ciudad más grande del mundo entre 1831 y 1925, coincidiendo con el apogeo del Imperio británico. El hacinamiento de los habitantes de la ciudad provocó el estallido de varias epidemias de cólera: la de 1848 provocó 14 000 muertes y la de 1866 unas 6000.
A finales de la década de 1800, alrededor de 900.000 personas residían en el East End de Londres y al menos 250.000 de ellos vivían en Whitechapel. La zona estaba completamente sobrepoblada, el crimen abundaba, y las condiciones sanitarias, de trabajo y de vida para los que vivían en la zona eran realmente terribles (eso, por decir poco).
Las calles, carreteras, y patios de Whitechapel solo eran iluminados por una lámpara de gas que no lograba reducir la oscuridad del lugar. Las ovejas y el ganado solían ser arreados por el medio de la calle, dejando una hilera de excremento a lo largo del camino. Además, las aguas negras de las residencias iban a parar directamente a la calle generando un olor insoportable que se extendía a lo largo y ancho del barrio.
Muchos de los residentes eran inmigrantes extranjeros con muy poco dinero o educación, que solían trabajar por horas con la esperanza de poder comer algo al final del día. Si tenían algo de suerte, conseguían trabajo en los muelles y el que no, tendría que trabajar en las tiendas o fábricas en las que los días se hacían más largos, el trabajo era más duro y la paga mucho más baja.
EL ESTE DE LA CIUDAD
Alrededor de 15.000 residentes de Whitechapel no tenían ni hogar ni empleo, y el poco dinero que tenían lo utilizaban para ahogar sus penas en alguno de los innumerables bares de la zona.
Además de la pobreza y los altos índices de criminalidad, los barrios marginales de Whitechapel estaban tan sobrepoblados que aproximadamente 2 de cada 3 familias tenían que vivir hacinadas en una pequeña habitación, solo porque no podían pagar el alquiler en un lugar más digno. Eso en el mejor de los casos, ya que habían otras familias menos “afortunadas” que vivían en grandes habitaciones de hasta 80 personas, pagando alrededor de 4 peniques por una cama o 2 peniques por tener la posibilidad de dormir apoyado contra una cuerda (que estaba atada de una pared al suelo), y así pasar la noche con un techo sobre tu cabeza.
Muchos de estos alojamientos comunitarios tenían mucha humedad, poca ventilación, estaban plagados de insectos, y no tenían las instalaciones sanitarias adecuadas. Entre las consecuencias más comunes de este terrible estilo de vida estaban la desnutrición y las enfermedades, por lo que si acaso la mitad de los niños de Whitechapel lograba vivir hasta después de los 5 años.
LA LITERATURA
"...La crítica social impregnó las novelas populares de Charles Dickens, especialmente Oliver Twist, con su retrato del niño pobre abandonado que en su deriva va a parar al siniestro submundo de la criminalidad de Londres,...Flora Tristán (1803-1844) quedó asombrada al ver las condiciones de vida de los trabajadores de las fábricas:
....La esclavitud ya no es, a mi juicio, el mayor de los infortunios humanos desde que conozco el proletariado inglés; el esclavo está seguro de su pan toda su vida y de recibir cuidados cuando está enfermo; en cambio, no existe lazo alguno entre el obrero y el patrono inglés. Si este no tiene trabajo que dar, el obrero muere de hambre; si cae enfermo, sucumbe entre las pajas de su jergón... Si envejece o si a resultas de un accidente queda lisiado, es despedido y tiene que mendigar furtivamente, por miedo a ser detenido.
Para las mujeres, el desempleo significaba un destino todavía más diabólico, señalaba Flora al observar a las prostitutas que pululaban por las aceras de Waterloo Road. «En Londres —escribía—, todas las clases están profundamente corrompidas.» En su afán por descubrir en qué consistía el sistema de gobierno que permitía todos esos horrores, dejó perplejo a un diputado tory al pedirle que le prestara uno de sus trajes para poder asistir a una sesión del Parlamento en la galería pública (el acceso de las mujeres no estaba tolerado). Al final logró entrar vestida de joven turco; aunque el disfraz no engañara a nadie, los ujieres la dejaron pasar. Oyó un discurso del duque de Wellington (« frío, soso, cargante»), pero sus palabras no le proporcionaron esclarecimiento alguno. Las máquinas de las nuevas fábricas la impresionaron, pero pensó que el daño que infligían a los seres humanos era espantoso.
Evans, Richard J.; Evans, Richard J.. La lucha por el poder: Europa 1815-1914 . Grupo Planeta. Edición de Kindle.
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